Miguel Ángel Buonarroti,mágico…

22 04 2008

Biografía:

Uno de los mayores creadores de toda la historia del arte y, junto con Leonardo da Vinci, la figura más destacada del renacimiento italiano. En su condición de arquitecto, escultor, pintor y poeta ejerció una enorme influencia tanto en sus contemporáneos como en todo el arte occidental posterior a su época. Nació el 6 de marzo de 1475 en el pequeño pueblo de Caprese, cerca de Arezzo, aunque, en esencia, fue un florentino que mantuvo a lo largo de toda su vida unos profundos lazos con Florencia, su arte y su cultura. Pasó gran parte de su madurez en Roma trabajando en encargos de los sucesivos papas; sin embargo, siempre se preocupó de dejar instrucciones oportunas para ser enterrado en Florencia, como así fue; su cuerpo descansa en la iglesia de Santa Croce. El padre de Miguel Ángel, Ludovico Buonarroti, oficial florentino al servicio de la familia Médicis, colocó a su hijo, con tan sólo 13 años de edad, en el taller del pintor Domenico Ghirlandaio. Dos años después se sintió atraído por la escultura en el jardín de San Marcos, lugar al que acudía con frecuencia para estudiar las estatuas antiguas de la colección de los Médicis. Invitado a las reuniones y tertulias que Lorenzo el Magnífico organizaba en el Palacio de los Medici con otros artistas, Miguel Ángel tuvo la oportunidad de conversar con los Médicis más jóvenes, dos de los cuales posteriormente llegaron a ser papas (León X y Clemente VII); conoció también a humanistas de la talla de Marsilio Ficino y a poetas como Angelo Poliziano, habituales visitantes del palacio. Por entonces Miguel Ángel que contaba con 16 años de edad, ya había realizado al menos dos esculturas en relieve, el Combate de los lapitas y los centauros y la Virgen de la Escalera (ambas fechadas en 1489-1492, Casa Buonarroti, Florencia), con las que demostró que ya había alcanzado su personal estilo a tan temprana edad.

Su mecenas, Lorenzo el Magnífico, murió en 1492; dos años después Miguel Ángel abandonó Florencia, en el momento en que los Médicis son expulsados por un tiempo de la ciudad por Carlos VIII. Durante una temporada se estableció en Bolonia, donde esculpió entre 1494 y 1495 tres estatuas de mármol para el Arca de Santo Domingo en la iglesia del mismo nombre. Más tarde, Miguel Ángel viajó a Roma, ciudad en la que podía estudiar y examinar las ruinas y estatuas de la antigüedad clásica que por entonces se estaban descubriendo. Poco después realizó su primera escultura a gran escala, el monumental Baco (1496-1498, Museo del Barguello, Florencia), uno de los pocos ejemplos de tema pagano en vez de cristiano realizados por el maestro, muy ensalzado en la Roma renacentista y claramente inspirado en la estatuaria antigua, en concreto en el Apolo del Belvedere. En esa misma época Miguel Ángel esculpió también la Pietà (1498-1500) para San Pedro del Vaticano, magnífica obra en mármol que aún se conserva en su emplazamiento original. La Pietà, una de las obras de arte más conocidas, Miguel Ángel la terminó casi con toda seguridad antes de cumplir los 25 años de edad, es además la única obra en la que aparece su firma. El punto culminante del estilo de juventud de Miguel Ángel viene marcado por la gigantesca (4,34 metros) escultura en mármol del David (Academia, Florencia), realizada entre 1501 y 1504, después de su regreso a Florencia. Paralelamente a su trabajo como escultor, Miguel Ángel tuvo la oportunidad de demostrar su pericia y habilidad como pintor al encomendársele la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina en el Vaticano. En ella Miguel Ángel plasmó algunas de las más exquisitas imágenes de toda la historia del arte.

Con anterioridad a la bóveda de la Sixtina, en 1505, Miguel Ángel había recibido el encargo del papa Julio II de realizar su tumba, planeada desde un primer momento como la más magnífica y grandiosa de toda la cristiandad. Pensada para ser emplazada en la nueva Basílica de San Pedro, entonces en construcción, Miguel Ángel inició con gran entusiasmo este nuevo desafío que incluía la talla de más de 40 figuras, pasando varios meses en las canteras de Carrara para obtener el mármol necesario. La escasez de dinero, sin embargo, llevó al Papa a ordenar a Miguel Ángel que abandonara el proyecto en favor de la decoración del techo de la Sixtina. Cuando, años después, retomó el trabajo de la tumba, la rediseñó a una escala mucho menor. No obstante, Miguel Ángel pudo terminar algunas de sus mejores esculturas con destino a la tumba de Julio II, entre las que destaca el Moisés (c. 1515), figura central de la nueva tumba, hoy conservado en la Iglesia de San Pedro in Vinculis, Roma. Pese a que el proyecto para la tumba de Julio II había requerido una planificación arquitectónica, la actividad de Miguel Ángel como arquitecto no comenzó de hecho hasta 1519, cuando diseñó la fachada (nunca realizada) de la Iglesia de San Lorenzo en Florencia, ciudad a la que había regresado tras su estancia en Roma. Durante la década de 1520 diseñó también la Biblioteca Laurenciana (sala de lectura y vestíbulo con la escalinata de acceso), anexa a la citada iglesia, aunque los trabajos no finalizaron hasta varias décadas después. También durante esta larga etapa de residencia en Florencia Miguel Ángel emprendió -entre 1519 y 1534- el encargo de hacer las tumbas de los Médicis en la Sacristía Nueva de San Lorenzo. Ya en Roma, Miguel Ángel comenzó a trabajar en 1536 en el fresco del Juicio Final para decorar la pared situada tras el altar de la Capilla Sixtina, dando por concluidos los trabajos en 1541. En 1538-1539 se iniciaron las obras de remodelación de los edificios en torno a la Plaza del Capitolio (Campidoglio), sobre la colina del mismo nombre, corazón político y social de la ciudad de Roma. Concibió el Capitolio como un espacio ovalado, y en su centro colocó la antigua estatua ecuestre en bronce del emperador Marco Aurelio. En torno a ella dispuso el Palacio de los Conservadores y el Museo Capitolino, así como también el Palacio del Senado, dando al conjunto una nueva uniformidad constructiva acorde con la monumentalidad propia de la antigua Roma. La obra cumbre de Miguel Ángel como arquitecto fue la Basílica de San Pedro, su cúpula se convirtió en modelo y paradigma para todo el mundo occidental.

(http://www.epdlp.com/pintor.php?id=182)





Velázquez,ese gran pintor

18 04 2008

Primeros años

Diego nació en la andaluza ciudad de Sevilla y fue bautizado en la Iglesia de San Pedro (hoy existe una placa en el lugar que conmemora el acontecimiento). De madre con orígenes sevillanos y quizá hidalgos, y de padre con orígenes portugueses, su talento afloró a edad muy temprana. A los once años comienza un duro aprendizaje en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, un conocido pintor en la Sevilla del siglo XVII. Debido a desavenencias entre tutor y discípulo, éste decidió marcharse al año, pasando a las manos de Francisco Pacheco, pintor de estilo manierista, autor del tratado El arte de la pintura (1649). Transcurrirían siete años (1617) hasta que un joven Velázquez, con dieciocho años cumplidos, se instalase como pintor independiente, tras examinarse en el gremio de pintores de su ciudad natal.

Pacheco ejerció gran influencia sobre Velázquez, ya no sólo pictórica, como es de esperar de un aprendizaje, sino, en mayor grado, cultural y literaria, hecho que no se entiende sin saber que el maestro Pacheco era un gran conocedor, como buen hombre erudito de su época, de la literatura clásica. Sus numerosos contactos e influencias fueron vitales para lograr el ascenso del pintor a la corte española.

Años de actividad

Dos años más tarde de su reconocimiento como pintor, Velázquez decide casarse, en 1618, con la hija de su mentor, con quien tendría dos hijas. En consecuencia, a los diecinueve años, Velázquez ya era un pintor independiente y casado que se dedicaría, en los seis años siguientes (1618–1623) a elaborar encargos religiosos y escenas de corte costumbrista, desarrollando la técnica del claroscuro, influido principalmente por el naturalismo de Caravaggio. La obra clave de esta época es El aguador de Sevilla (1620), en la que el claroscuro intencionado por el autor se muestra con una maestría excepcional. También es de destacar, dentro de esta época, La comida (1619), de un marcado acento naturalista.

Durante esta etapa de su vida, llevó a cabo una incesante vida sociocultural en Sevilla, participando de círculos culturales como, por ejemplo, el Círculo de las Artes, que, casualmente, estaba presidido, no de una manera rígida, sino más bien informal, por Pacheco, su maestro y suegro. También consiguió hacerse un sitio como pintor en la vida sevillana, dado el éxito de sus primeras obras, por lo que no tardaría en hacerse con un discípulo, Diego de Melgar, del que no se sabe mucho.

A consecuencia del cambio de reinado que había tenido lugar por aquellas fechas, en el que Felipe IV sucede a su padre, Felipe III, toda la corte real, que durante el reinado de Felipe III había estado inundada de nobles castellanos, cambia de fisonomía, surgiendo como principal figura real el Conde-Duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán. Éste, oriundo de Andalucía, abogó por que la corte estuviera integrada mayoritariamente de andaluces. Considerando Diego de Velázquez que ésta podría ser una oportunidad idónea para conseguir un puesto de pintor en la corte real madrileña, viajó a Madrid, de donde, tras una primera tentativa, regresó con las manos vacías. En este viaje conoció a Luis de Góngora, de quien haría el retrato años más tarde. Corría el año 1622.

Pintor de la corte

Pacheco, su mentor y suegro, quería a toda costa que Velázquez subiera de escalón y alcanzara el puesto de Pintor del Rey, pues sabía que esto supondría la madurez en la rica vida artística de su discípulo. Esto haría que, en 1623, con la intercesión de Juan de Fonseca, uno de los andaluces en la corte de Felipe IV, Pacheco lograra del Conde-Duque de Olivares una orden de presentación en Madrid para que Velázquez pintase al monarca. No cabe duda de que el retrato de Velázquez fue magistral, pues constituyó el aval que le aseguró la tan ansiada presencia indefinida en la corte real. Tras unas semanas de acomodación, trae a su mujer y a su hija (la otra había muerto un año antes), así como al servicio, a vivir a la capital, en una casa de la calle Concepción Jerónima.

Tras cuatro años, Felipe IV le nombra Ujier de Cámara, por lo que recibiría una mayor asignación.

Encuentro con Rubens y viaje a Italia

Pero todavía estaría por llegar el hecho que marcó para siempre la vida artística del genial pintor: en 1628, Peter Paul Rubens, pintor de la escuela flamenca, visita Madrid y, de la mano de Velázquez, visita el monasterio de El Escorial y accede a la pinacoteca real y al conocimiento de los grandes pintores renacentistas italianos, especialmente Tiziano, que fue uno de los pintores favoritos de Carlos I y que tanta influencia ejerció en la pintura de Velázquez. Para continuar su formación, Rubens aconseja a Velázquez que visite Italia, que no se centre únicamente en el influjo español, y que indague en la pictórica renacentista, para poder dar un giro completo a su carrera. Quizás fuera también Rubens quien le aconsejara sobre la ejecución de Los Borrachos, obra que marcó un cambio de rumbo en la vida artística de Velázquez. Otras teorías afirman que también fue él quien intercedió ante el rey para que permitiera a Diego su viaje a Italia.

Partió del Puerto de Barcelona con un buen salario en sus bolsillos, acumulando su sueldo de los dos años siguientes a su partida, el 10 de agosto de 1629. Esto marcaría un antes y un después en la vida artística del pintor, pues no se concebía, en pleno siglo XVII, que un pintor no acudiera a Italia como parte de su formación. Llegó a Génova el 23 de agosto de 1629, desde donde empezó una gira por los principales estados italianos, hasta llegar a Roma, donde se alojaría, en un principio, en el Palacio Vaticano, bajo la protección del Cardenal Barberini, aunque, posteriormente quiso trasladarse a Villa Médicis, en una de las colinas romanas, desde donde tenía unas vistas maravillosas y donde pintaría sus famosas Vistas de la Villa Medicis, considerados los dos primeros ejemplos de pintura au plein air que no alcanzó su máximo desarrollo hasta el período del Impresionismo. En uno de ellos, puede verse una copia de La Ariadna dormida, que se conserva en el Museo del Prado, adquirida posteriormente por el propio pintor. Allí entró en contacto directo con la teoría y la práctica del arte italiano de su tiempo y de su esplendoroso pasado. Y así, pudo medir su conocimiento anatómico, piedra de toque de todo gran artista, realizando obras como La fragua de Vulcano. Seguramente bajo la influencia del clasicismo temprano, con referencias a la estatuaria clásica, y un recuerdo a Guercino. O realizando La túnica de José, con mención a Guido Reni. Tras caer enfermo, decidió marcharse de Roma para ir a Nápoles. Allí conoció a personalidades como la reina de Hungría María Ana de España, a quien retrató (1630), o al gran estandarte de la pintura española en Italia, José de Ribera.

Con el retrato de María de Austria culmina una etapa artística (1623-1631) que estaría marcada por la sencillez y la elegancia en su pintura.

Regreso a España y matrimonio de su hija

En 1631, en su regreso a España, recibe el encargo de retratar al príncipe Baltasar Carlos, que había nacido durante su estancia en el extranjero. Quizás sea este encargo el que haga al mundo artístico ver el cambio que había experimentado la pintura de Velázquez, que ya no es tenebrista, ni influida como anteriormente: se iluminan los ambientes, se llenan de modernidad las figuras y las escenas, y la libertad artística se hace más patente que nunca. El color se aviva, renace y surge intenso.

Algunas obras de esta etapa son los numerosos retratos ecuestres para el Palacio del Buen Retiro, así como otra de sus obras cumbres, Las lanzas (o La rendición de Breda) (1635). Para la Torre de Parada efectuó retratos de caza, como el del infante Fernando o el del príncipe Baltasar Carlos. También encontramos otros retratos de esta etapa como el de Felipe IV, en castaño y plata, o el de Isabel de Francia, la reina consorte.

En 1633 se casa la hija de Velázquez, de nombre Francisca, con Juan Bautista Martínez del Mazo, pintor también. Un año después, su suegro le cedería su puesto de ujier de cámara, para asegurar el futuro económico de su hija. Velázquez ocupará durante nueve años, tras su cesión, el puesto de Ayudante de Cámara, que supone los favores reales, dado que se convierte en una de las personas más próximas al monarca. Por otra parte, tras este nombramiento, se suceden una serie de desgracias en la corte y en las proximidades del monarca: caída del poder del valido del rey, el Conde-Duque de Olivares (que había sido protector suyo), la muerte de la reina Isabel en 1644, la muerte de su suegro y maestro Francisco Pacheco, el 27 de noviembre de ese mismo año, y la defunción del príncipe Baltasar Carlos, a los 17 años de edad.

Segundo viaje a Italia

Tras todos estos sucesos, Velázquez, consternado, decide irse en 1648, por segunda vez, a Italia, ya no como aprendiz, sino como embajador y artista español, ya que llevaba entre sus manos misiones oficiales también, y también por motivos personales, buscando el reconocimiento social que en Italia, desde el Renacimiento, los artistas habían conquistado, el cual en España se les negaba. Tras salir de Málaga, llega a Génova el 21 de enero de 1649. Otra vez realiza un recorrido por los principales estados italianos, aunque en dos etapas: la primera, que llega hasta Venecia, donde adquiere obras de Veronés y Tintoretto para el monarca español; y la segunda, que llega hasta Roma, tras pasar por Nápoles, donde se reencuentra con Ribera. En Roma retrata al pontífice Inocencio X, obra en la que, utilizando como medio el contraste de luces, consigue llenar de expresividad todo el cuadro. Hay teorías que adjudican la famosa Venus del Espejo a esta etapa en Italia. Ciertos autores creen que es el retrato de su amante, y madre de un hijo ilegítimo del pintor. El tema de la Venus ya había sido tratado en multitud de versiones por dos de los maestros que más influencia tuvieron en la pintura velazqueña: Tiziano y Rubens. La Venus de Velázquez aporta al género una nueva variante: la diosa se encuentra de espaldas y muestra su rostro al espectador en un espejo.

Se puede observar que, desde que Velázquez desembarcara en Génova, y tal como le ocurriera en su primer viaje, vuelve a transformar su estilo pictórico, dotándole de la luz que tanta ausencia había tenido, mediante la cual exagera la perspectiva y llega a conseguir la perspectiva aérea. Estas transformaciones estarían vigentes hasta el fin de sus días.

Segundo regreso a España y muerte

Velázquez regresó a España en 1651, dos años después de su partida. Tras su regreso, Felipe IV lo nombra Aposentador Real, cargo que le quita gran cantidad de tiempo para desarrollar su labor pictórica. No obstante, es en la etapa final de su pintura cuando alcanza su máximo desarrollo y Velázquez realiza sus dos obras maestras: La familia de Felipe IV o Las Meninas (1656) y La fábula de Aracné, conocida popularmente como Las Hilanderas.

Habiéndole sido concedida la Orden de Santiago, a la cual él tanto aspiraba, en 1659, murió en Madrid el 6 de agosto de 1660, tras haber padecido una larga enfermedad. Fue enterrado al día siguiente con todos los honores de la Orden de Santiago en la iglesia de San Juan Bautista. Su mujer, Juana Pacheco, murió siete días después.

http://es.wikipedia.org/wiki/Diego_Rodr%C3%ADguez_de_Silva_y_Vel%C3%A1zquez)